El caso del disidente ruso Alexei Navalny ha reactivado ciertas tensiones entre la Federación Rusa y la Unión Europea, particularmente con Alemania, aunque también con Suecia y Polonia. Es que, a comienzos de febrero del presente año, el gobierno de Vladimir Putin declaró como personas non grata en territorio ruso a los representantes diplomáticos de los países señalados, como represalia a la asistencia de estos a manifestaciones de apoyo a Navalny; apoyo que según Rusia vulneraría la Convención de Viena, ya que se trataba de concentraciones ilegales.
Estrategia global de Rusia
Recordemos que Navalny, duro opositor al Kremlin, se encontraba bajo asilo político y atención médica en Alemania desde agosto del año pasado en circunstancias que, según el entorno del opositor y los peritajes clínicos, habría sido víctima de un envenenamiento en Rusia.
La respuesta de Alemania, Suecia y Polonia no se hizo esperar y, a mediados del mismo mes de febrero, anunciaron la expulsión de los diplomáticos rusos de sus respectivos países. En solidaridad con esta triada de países -todos miembros de la Unión Europea-, el presidente de Francia Emanuelle Macron señaló durante una conferencia de prensa que “Sobre el caso Navalny, como ya he dicho, condeno con la mayor firmeza posible lo que ha sucedido, desde el envenenamiento hasta (…) la condena, y ahora la expulsión de los diplomáticos alemanes, polacos y suecos, que fue decidida por Rusia”.
De esta manera el año 2021 se inaugura con una nueva escalada de tensiones que tienen como protagonista a una Rusia que, con su accionar diplomático, le demuestra a la Unión Europea y al mundo que no tiene mayor interés por transitar hacia una democracia liberal al estilo europeo en la que se respeten las disidencias políticas internas ni tampoco hay excesivo ánimo por cuidar las formas en las relaciones con el bloque europeo.
Este accionar de parte de Moscú se suele atribuir rápida y superficialmente a la personalidad intensa y temperamental del presidente Putin. O, en otros casos, se interpreta como un legado residual de lo que era la política bipolar de la Guerra Fría, donde la Unión Soviética fortalecía su identidad política y su carácter de potencia, mediante una permanente diferenciación y distanciamiento de todo aquello que proviniera del Occidente capitalista.
Estos intentos explicativos pueden encerrar algún grado de verdad, en particular si atendemos a que Navalny es acusado, como en los viejos tiempos, entre otras cosas, de ser un “agente occidental”. Pero lo cierto es que, si consideramos los antecedentes históricos tempranos de la naciente Federación Rusa, podremos encontrar algunas claves que permiten afirmar que Rusia sostiene una clara y definida estrategia global y, en consecuencia, es esta la que determina sus contenciosas relaciones internacionales con, por ejemplo, el bloque europeo. Pasemos a revisar.
Tras el colapso de la Unión Soviética, el oso ruso quedó con la sensación de una bestia herida. No es exagerado señalar que Rusia nunca ha asumido su situación en el orden mundial post Guerra Fría. Se rehúsa a ello. En especial a reconocer a Estados Unidos como gran vencedor y potencia hegemónica luego del derrumbe del campo socialista. Pero esto, al contrario de lo que se cree, no fue siempre así.
El año 1991, la Federación Rusa, en tanto nuevo estado independiente que surgía de las cenizas de lo que para los ojos del mundo se entendía como un fracaso, debía por lo menos rediseñar su política exterior. Y así lo hizo durante la Administración Yeltsin. Inspirados en el proceso reformador de la Perestroika y bajo un estilo de diplomacia llamada Kozyrev por el apellido del Ministro de Relaciones Exteriores de la época, el joven estado mantuvo una postura abiertamente pro-occidental en su etapa temprana. Andrei Kozyrev, el ministro, asumía abiertamente el liderazgo internacional de Estados Unidos y lo consideraba deseable para el proceso globalizador que se abría paso en el mundo. La Federación Rusa temprana veía a Occidente con buenos ojos; como modelo de desarrollo, aliado político e incluso financiero.
Sin embargo, al poco andar, desde 1993, acontecimientos como la guerra en Yugoslavia, junto con una serie de incursiones bélicas de la OTAN en los Balcanes, abrieron un duro flanco de críticas contra la gestión de Kozyrev de parte de sectores nacionalistas rusos. Para ellos este tipo de acciones eran evidencia de la potencial peligrosidad de un mundo unipolar para los intereses de Rusia que, es sabido, ven a los Balcanes como una zona de influencia regional. Es por ello que en 1996 el propio presidente Yeltsin anuncia la salida de Kozyrev del Ministerio de Relaciones Exteriores y celebra la entrada de un nuevo diplomático: Yevgeny Primakov. La llegada de Primakov a Exteriores marca un punto de inflexión en la política exterior rusa. Su estilo diplomático se ha llegado a conocer como la Doctrina Primakov y es el verdadero cimiento sobre el que se construye la actual política exterior del gigante euroasiático.
Primakov, como Putín, era un hombre rudo; de esos con pasado en el servicio secreto de la KGB soviética. Estuvo dos años con la Administración Yeltsin, pero en ese corto periodo estableció relaciones diplomáticas de alto nivel con el presidente Yugoslavo Milosevic y firmó un acuerdo con la OTAN que conseguía limitar su expansión, cosa que, para los optimistas, era señal del inicio del fin de la Guerra Fría. Paralelamente, Primakov promovió el acercamiento estratégico entre Rusia, China e India con miras a un equilibrio multilateral a nivel global que desafiara la hegemonía estadounidense.
Primakov abandona su cargo en 1998, casi al final de la Administración Yeltsin, asumiendo la presidencia Vladimir Putin el año 2000. El nuevo carismático y polémico presidente logra una rápida recuperación económica del país durante su gestión, lo que se traduce en menor dependencia económica de Occidente y en una consecuente agudización de la Doctrina Primakov. Con Putin, esta doctrina es llevada al siguiente nivel, planteándose abiertamente la necesidad de posicionar a Rusia como potencia mundial en el plano internacional.
Para ello Rusia cuenta, primero que todo, con un arsenal nuclear que cumple una función disuasiva que es fundamental al momento de proponerse una tarea de estas proporciones. En términos económicos, la Federación es poseedora de numerosos yacimientos de recursos naturales, destacando aquellos de valor energético, con los que aspiran a convertirse en superpotencia energética. Pero además es un país con una masa considerable de capital humano avanzado, es decir ciudadanos con alta formación científico-técnica que pueden aportar en labores de investigación y desarrollo impactando en el fortalecimiento y diversificación de su economía.
Y si evaluamos los resultados, el objetivo de Putin se ha logrado cumplir en gran medida durante su Administración porque, en efecto, en las últimas dos décadas, Rusia ha logrado ampliar su campo de influencia global estableciendo alianzas estratégicas con países de la antigua periferia soviética ganando influencia como potencia regional, a la vez que, a nivel global, estrecha relaciones con países que tienen intereses enfrentados a los de Estados Unidos como es el caso de China. En definitiva, con un estilo diplomático audaz, ha logrado, por lo menos, desequilibrar un poco el escenario global restando, quizás no hegemonía, pero sí protagonismo al país norteamericano.
Todo el éxito anterior, cabe destacar, lo ha logrado pese a sus significativas debilidades, en términos comparativos, con países como Estados Unidos o China. Por ejemplo, en el plano económico Rusia no cuenta con una economía compleja -diversificada- y es muy dependiente de las importaciones. Por otra parte, en el plano interno, registra cifras significativas de pobreza entre su población. También se constatan proyecciones demográficas nada alentadoras en las próximas décadas. Y, claro, es creciente el descontento de la ciudadanía que percibe altos niveles de corrupción en la gestión política. Navalny es uno de los representantes de este malestar.
Y volviendo a Navalny y las tensiones entre Moscú y la Unión Europea, y habiendo descrito la estrategia global rusa, es legítimo preguntarse: ¿cuál es la estrategia de Europa frente a una Rusia de definiciones claras? Porque ante las ambiciones del Kremlin, el bloque europeo debiese tener algo así como una respuesta convergente y contundente al menos.
Mark Leonard del European Council on Foreign Relations sugiere evitar diálogos o respuestas basadas en la emocionalidad. Las reacciones que ha suscitado el caso Navalny parecieran ser precisamente ese tipo de reacciones que finalmente alimentan el nacionalismo ruso.
Por otro lado, el cambio de Administración en la Casa Blanca puede ser una buena oportunidad para, por ejemplo, fortalecer la coordinación transatlántica que, sin duda, rompe cualquier aparente equilibrio entre potencias o bloques.
Fuentes utilizadas en este artículo:
http://global-strategy.org/apuntes-sobre-la-gran-estrategia-de-la-federacion-de-rusia/
https://www.almendron.com/tribuna/la-estrategia-sobre-rusia-que-europa-necesita/
https://www.cidob.org/es/content/download/24186/276625/file/Rusia+Exterior.pdf
https://www.dw.com/es/alemania-pide-a-rusia-la-liberaci%C3%B3n-inmediata-de-navalny/a-56259222
https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-53894978
https://www.elmundo.es/internacional/2020/10/01/5f75acd921efa0e87d8b45e3.html
http://revistas.unam.mx/index.php/rri/article/viewFile/16321/15527
Acerca del Autor de este Artículo
ANDRÉS FONSECA LÓPEZ
Profesional en Ciencias Sociales, Económicas y Gestión de Proyectos. Licenciado en Filosofía, estudios de Máster en Psicología y posgrados en Trabajo Social, Innovación y Emprendimiento. Especializado en Estudios del Desarrollo, Economía Política, Cooperación al Desarrollo y Derechos Humanos.
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